Por Claudia Sánchez Musi
Cuando nos autoprotegemos de manera exagerada, este mecanismo comienza a ser crónico y nos cuesta mucho más trabajo abrirnos al amor, aunque lo deseemos. Entonces, encerramos al corazón junto con sus emociones.
Después de cada herida que sufrimos, le ponemos una capa al corazón para que lo proteja. A esta capa se le llama coraza, misma que se refuerza cada día y en la que podemos experimentar dolor cuando el corazón se siente atacado. Este fenómeno sucede, sobre todo, cuando estamos tristes. Nuestro cuerpo responde a cualquier situación a la cual nos expongamos en la vida y, muchas veces, esta respuesta consiste en el aislamiento y la división de nuestras funciones.
Dividimos nuestro ser al separar el corazón de la mente y los genitales; al encerrarlo en una jaula torácica. Separamos la cabeza para desconectarla del corazón y comenzamos a vivir a partir de nuestro intelecto, racionalizando todo tipo de emociones y vivencias. Nos permitimos pensar pero no sentir, y si a nuestro corazón se le ocurre hacerlo, aunque sea un poco, reprimimos ese sentimiento con la creencia de que “es mejor pensar con la cabeza y no con el corazón”, porque cuando intentamos esto último, nos lastiman. Esto es una falsa creencia, ya que, si bien nos han lastimado cuando hemos amado, eso no quiere decir que siempre tenga que ser así. Sin embargo, puede volver a suceder si continuamos separando el corazón de la mente.
Otra división es la de nuestros genitales. Aprendemos a separarlos del corazón para poder vivir una sexualidad que nos satisfaga en lo físico y no en lo emocional; nos divertimos con las relaciones sexuales, siempre y cuando no involucren al corazón que puede ser dañado.
Por consiguiente, al no sentirnos completos, sino divididos, no podemos entregarnos desde el corazón. Así nos defendemos, pero también perdemos la maravillosa capacidad de vivir en el amor, de acercarnos al otro para dar y también recibir. Cuando a pesar de las heridas que hayamos sufrido nos arriesgamos a entregarnos al amor, nos damos cuenta de que, en realidad, lo hacemos a nosotros mismos y a la vida. No es sino hasta ese momento en que comenzamos a aceptar que, puesto que la vida no es perfecta y de cualquier manera sufrimos heridas y dolor, podemos acercarnos a ellos a partir de una perspectiva diferente: la aceptación. Por supuesto, a nadie le gusta ser lastimado, no es un sentimiento agradable, y en ocasiones nos hace sufrir mucho, pero el sufrimiento y el dolor causados por las heridas también nos impulsan a crecer, conocernos, aceptarnos, amarnos, evolucionar y seguir amando.
Fragmento del libro: Pacto de amor: cómo construir una pareja saludable de Claudia Sánchez Musi. Editorial Tártaro. Págs. 111 – 112.
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