Por Bruno Díaz
Cuando nos sentimos mal por algo que nos sucede o nos sentimos mal por lo que le sucede al otro, podemos caer, con frecuencia, en la costumbre de tratar de resolver las cosas de inmediato, quitarnos esa emoción y sensación de encima, y pasar a otra cosa para no quedarnos “atorados”.
En lo personal, me ha tocado ver cómo, a veces, con estas buenas intenciones, no hacemos sino empeorar las cosas, y no damos espacio para conocernos, para conocer al otro y para permitir que las emociones y sensaciones nos hagan vivir sus sentidos profundos.
Me gustaría compartirles un ejemplo:
Un señor no puede aguantar las tristezas de la hija de 16 años, tristezas referentes a los novios y las amigas, el ser popular, aceptada o no encontrar lo que quiere en la vida. El señor sale corriendo de la tristeza de la hija y le recomienda que haga algo, que se meta al gimnasio, que entre al yoga o retome sus clases de idiomas. Cuando la ve triste, él se angustia y no sabe qué hacer con la tristeza, no solo de la hija, sino la de él mismo.
Si le damos espacio a la emoción y a la sensación que siempre van juntas, nos daremos cuenta de varias cosas:
- Las emociones y sensaciones surgen y desaparecen.
- Las emociones son cambiantes.
- Al poder observarlas, nos sentiremos en un espacio más amplio.
- Todos las sentimos, por más que queramos ocultarlas.
- Hemos aprendido a no escucharlas, para seguir siempre peleando, luchando y compitiendo, para sostener, entre todos, un sistema que nos está enfermando.
- La acción sin sentido (hacer “algo” para quitarnos esto de encima), no es una opción que ofrezca algo a largo plazo.
- Cada emoción habla de algo distinto y cada una tiene algo para mí.
Es importante dar espacio para que la emoción se manifieste, nos recorra y nos deje ver algo. La emoción viene a enseñarnos lo que es relevante y aquello a lo cual no estábamos prestando atención.
Este señor del que te hablo, pudo, finalmente, dejarse sentir la tristeza y darse cuenta de que trabajaba por estrés y por deber. Había dejado de ver las sonrisas y momentos que él podía propiciar a sus seres queridos con las cosas que compraba o los lugares a los que podía ir gracias a su trabajo, y claro, dejó de disfrutar las cosas agradables de su trabajo, y había maximizado las estresantes. De paso, dejó de apresurar a su hija para salir de la tristeza; en cambio, empezó a acompañarla, en la plena confianza que la emoción la llevaría a ver algo importante. La chica, por su parte, se dio cuenta, con un poco de tiempo, que el chico que le gustaba, probablemente no era para ella. Él nunca había mostrado interés y por más que a ella le gustara, no era una competencia, ni un logro el que él se fijara en ella, sino que esto que vivió es parte de los misterios del amor, que le llevan a conocerse más y conocer más a los demás. De cualquier modo, si ella no hubiese profundizado en su tristeza no se habría dado cuenta y por más que le dijeran, jamás lo podría entender.
Bruno Díaz
Para hacer una cita: bruno_d77@hotmail.com
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