Por Bruno Díaz
He escuchado a mucha gente hablar de querer ser plena, feliz o ser ella misma. Yo mismo, en algún momento, me he sumado a este clamor de querer ser yo mismo, querer ser más feliz, más algo… Invariablemente, este querer ser otro, cambiar, dejar de ser o hacer algo, no llega lejos. El camino no es hacia otro lado, sino ahí, hacia ese misterio llamado tú, yo y nosotros. Déjame comentar esto.
Nos tenemos miedo. No estamos acostumbrados a escuchar la voz o voces que hablan desde dentro y que quieren un lugar en el mundo. En muchas ocasiones, preferimos adoptar creencias, patrones, esquemas que no son nuestros y que no nos convencen. Para algunos es el éxito, para otros el trascender, mientras que los hay que se comparan, se estiran o achican, con relación a los demás.
Olvidamos ser géiser o magma ardiente, ser brisa matinal o bruma en el monte: manar, brotar, surgir. Nos perdemos entre los esquemas prefabricados que están por doquier, nos enrolamos en tareas calculadas, medidas, “aprobadas” y un día nos quejamos de sentirnos ajenos, grises, planos, alienados.
Tememos nuestro interior, tememos lo genuino y auténtico que brota de nosotros; esto es parecido a la primera vez que nos vemos en video, también cuando escuchamos nuestra voz grabada o cuando encontramos debajo de una pila de años e historias, un diario nuestro de hace mucho tiempo.
Preferimos que nos den el rol, el guión y el esquema, hasta que nos sentimos perdidos en el exterior, ajenos del interior y comienza el sufrimiento que nos lleva a preguntarnos: “¿Qué quiero?”, “¿Quién soy?”, “¿A dónde voy?”, “¿En qué me he convertido?”. Y es que, “dentro”, cuando recién empezamos a mirar, lo primero con lo que nos topamos, son nuestras identificaciones y miedos, nuestros descuidos y nuestros demonios; las repeticiones y los ciclos ciegos y atorados, lo rechazado, temible e inconfesable. Por eso salimos corriendo, por eso digo que nos tenemos miedo, Pero ¿qué pasaría si tan solo supiéramos que, justo detrás de todo esto que espanta, está lo genuino en uno, las propias piedras preciosas, lo filtrado del “exterior”, la savia vital que recorre en cuerpo y alma?
Todos somos Alebrijes:
Un artesano mexicano, Pedro Linares, bien conocido en la plástica de su tiempo y en la de ahora, cayó un día enfermo; un acceso febril lo mandó de un golpe a su interior, primero a la total inconsciencia, y después a una especie de lugar boscoso. El miedo, el asombro y la maravilla sucedieron.
Los elementos de este bosque comenzaron a animarse (que es una palabra que guarda relación con ánima; con alma, con interior). En este animarse, plantas, rocas, ríos, madera, nubes, noches y soles, fueron tomando formas de animales, en extrañas combinaciones: un colibrí con melena de león y garras de buitre; por allá un halcón con escamas y espiritrompa, y en voz de ellos, de Pedro o del lugar mismo, sonaba una palabra: A-le-bri-jes.
Pedro les dio vida, los trajo de este lado; desde su interior, desde su riqueza. Ni él, ni tú, ni yo, sabemos cómo, pero esa riqueza quiere manifestarse. ¿Cuál sería tu viaje a lo desconocido? ¿Cuál tu hallazgo interno? ¿Cuál tu propuesta que no existe en el “afuera”?
¡Muéstrame tu alebrije!
Bruno Díaz
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