Por Bruno Díaz
La tejedora tenía setenta años, vivía en ese hermoso pueblo de olor a fogatas nocturnas y alfombras siempre verdes, bajo enormes árboles de todo tipo; ella hacía unas faldas muy peculiares, parecían tormenta o llovizna fina.
Un día, un visitante, impactado por la belleza de sus faldas le preguntó por su arte.
– Me alegro que le gusten joven, sin embargo, yo solo imito
– Pero ¿a quién? Jamás he visto arte igual y soy un trotamundos. ¿Tal vez a sus ancestros?
– Imito a la lluvia que me ha contado sus secretos. Por ejemplo, que ama a estas pencas que todo el tiempo quieren alcanzarla con sus dedos puntiagudos y de esas pencas salen las fibras con las que yo tejo, así que gracias a que me contó la lluvia de su amistad con las pencas, pude hacerlas platicar y danzar juntas… ¿Lo ve?
– ¿Pero la lluvia le habla, así como usted y yo estamos hablando? Le dijo el visitante un tanto incrédulo y un poco burlón.
– Joven, le dijo ella, la lluvia, habla como la lluvia…
Bruno Díaz