Por Bruno Díaz
Él temía la soledad y hacía todo porque no lo “dejaran” solo. Fue un día de invierno cuando lo “dejaron”. Sufrió, lloró, intentó… Todo en vano. Buscó refugio en sustancias, relaciones, escapes y no fue sino hasta que un camino interno lo tomó, que pudo descansar.
Este camino le decía que su sufrimiento era provocado por sí mismo; se había creído una historia de dolor y la necesidad de (tener a) alguien. Si ese alguien tapaba el dolor, entonces era como una droga.
Después de mucho más sufrimiento y trabajo interno, después de mucho menos sufrimiento y más apertura y amor por sí mismo y en sí mismo, un día sucedió…
Fue una tarde de octubre, como cuando las hojas se desprenden de los árboles con el viento y con la rojiza luz otoñal se le desprendió el nombre. En otro momento que en principio parecía un instante, y al final se develó como eternidad, se le cayó de encima la historia; casi como piel seca o como mariposa rompiendo la crisálida desde dentro. Ya ahí, en ese instante sin instante y lugar sin lugar, se le desvanecieron las pretensiones. Fue así como ya sin nombre, historia ni pretensión, la tragedia de que lo hubiesen dejado solo, se convirtió en la bendición más grande, ni pedida ni esperada: En el lugar del nombre, le quedó el susurro del viento en la mañana fría y azul. Su historia ya no podría rastrearse en calendarios, sino en los entresijos de las vivencias entre los hombres y cuando su Alma, hoy el Alma de todos, despertó por vez primera y decidió sentir hace millones de años, sin pretensión, le brotó la calma absoluta, una serenidad sin más allá; sin más acá…
Su antes defendida identidad, se desdobló y en lugar del terror, quedó la libertad de sentir la flor desde dentro, el canto del lobo desde la entraña del animal y la impersonal luz del Sol, penetrando a la Tierra o cambiando de matiz en las noches reflejada en la plata lunar…
Ahora, cuando era su cumpleaños y le preguntaban por su edad, se ríe hacia dentro con la calma que no se gana sino que llega por sí misma, siempre imaginando esta respuesta: La edad del Sol…
Bruno Díaz
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