Por Psic. Gabriela Díaz Urbina
Recuerdo perfectamente cuando, hace algunos años, entró a la consulta un paciente de aproximadamente 20 años, quien llegó con cierta altivez al consultorio y, parado al ras del sillón me dijo: “Pero no tengo problemas. Solo vengo por darles gusto». Lo invité a sentarse y comenzamos a charlar.
Recuerdo que hablamos de su familia, de la universidad, sus diversiones, amigos, etc. Pasó el tiempo, unos meses, hasta que un día me dijo: «Gaby, viéndolo bien, no es tan malo ir al psicólogo. Es como poder contar con alguien para platicarle cualquier tema y que no lo va a divulgar. Me has ayudado mucho y siempre te estaré agradecido». Hasta la fecha, en ocasiones, pasa por mi consultorio para saludarme.
Yo creo que esta persona cambió mi vida como psicóloga, y me enseñó mucho más que cualquier curso o libro, pues me enseñó a ver el mundo desde la perspectiva del paciente y no desde la del psicólogo, para poder ponerme, ahora sí, en sus zapatos, y crear ese ambiente mágico que lo ayudara a abrirse y que no me viera como enemigo, ni como cómplice de sus problemas; sino, más bien, como a un aliado neutral con el cual, cada semana, podría acudir a tirar toda la basura emocional que sintiera y que saliera del consultorio libre, descargado de todos esos problemas que, después descubriríamos juntos que, en realidad ¡sí tenía!
Ir al psicólogo cuando estamos chavos, lo vemos súper negativo. Casi siempre lo vemos como castigo de nuestros papás. Sentimos que nos llevan, no para ayudarnos, sino como para que ese «desconocido» nos cambie a la forma en que ellos quieren que seamos; sin embargo, la terapia no es para ser como los papás quieren que seamos, sino para ser quienes somos.
También podemos ir al psicólogo cuando somos mayores. Nadie nos obliga, más que nosotros mismos, a derrumbar todas nuestras defensas: el miedo a sentir que no podemos manejar nuestra vida. Y, entonces pensamos: “¿Un desconocido? ¿Cómo va a poder ayudarnos?”, “¿Cómo le voy a contar mi vida?”; también decimos «Yo no lo necesito”, “No estoy loco”, “Yo puedo controlar mis problemas”, “No tengo tiempo o dinero» y muchos pretextos más. Sin embargo, ir a terapia es poder acudir a un espacio de contención en donde el más importante eres tú y el cómo te sientes y qué piensas; es un lugar para buscar soluciones juntos e intentar descubrir nuevos y muy interesantes proyectos de vida.
Ir al psicólogo es un viaje de auto-conocimiento y liberación de lo que te ata y te impide vivir contento y en paz. Un psicólogo es alguien que está ahí para ayudarte, escucharte y orientarte, suavizar tus broncas y acompañarte. Es una persona incondicional con quien quizás no podrás salir a tomar un café, ni una copa, ni de fiesta, pero que siempre estará ahí cuando lo o la necesites, y no habrá ningún temor, será tu confidente; no habrá juicios ni críticas, solo habrá un espacio para ti, donde aprenderás a ser tú y a crear la mejor compañía, que será, después del tratamiento, la tuya misma.
Fuente: serluna.com