Por Bruno Díaz
En una sesión de hoy, una paciente me compartió, en sus propias palabras, algo de lo que, en su proceso terapéutico, ha aprendido, aunque con mucho dolor: es importante pararse a ver cómo se siente uno y poder reconocerlo a fondo, sin tapujos, como el miedo, la vergüenza, el hartazgo, el hastío, la pasión, el amor, la excitación, el odio; y poder reconocerlo así, “de lleno”, como dijo ella.
En la sesión se asomó la sutil pero crucial diferencia entre “reconocer” y “quejarse”. Por un lado, la queja, surge cuando buscamos culpables por lo que sentimos, o cuando queremos que alguien se responsabilice de eso que sentimos. Por otro lado, cuando reconocemos algo, no es para buscar «quién me la hizo” o “quién me la paga» o “quién me lo quita”; reconocer es abrir un espacio y en ese espacio esperar a que surja una postura ante eso que reconozco.
De tal manera que, para vivir más en armonía, habría que revisar cada quien si, ante los hechos de la vida que no nos agradan, tenemos la claridad para discernir entre quejarnos y buscar culpables, o, por el contrario, reconocer que toda experiencia (aunque sea desagradable) es una oportunidad de crecimiento y autoconocimiento; porque el poder de cambiarse a uno mismo viene de ahí.