Por Bruno Díaz
Es el consultorio, un mundo extraño, donde cada paciente, llega preso de dolor, capturado por su propia historia, anestesiado de gozo, ciego por dentro o con la vida derramándose.
Al aprender a estar presentes con lo que ahí sucede; el mundo extraño, empieza a dar chispazos de magia y suceden cosas que no sabía que iban a suceder:
Recuerdo a la chica que un día vio surgir las alas que ella pensaba que iban en la espalda. Cuando se bañaba, se las buscaba con desesperación. Un día en el cielo abierto de la consulta, ella las vio surgir. Justo en su mente, justo ahí estaban esperándola, para ser batidas con pasión.
El señor se setenta y tantos que llegó obscurecido de sí mismo, un buen día, después de abrazar su nube gris, dejó de quejarse de la lluvia interna y así se hizo semilla; un día siendo él semilla, brotó en la tierra fértil de la sesión: un nuevo señor árbol que empezaba a hablar hermosos frutos para su gente, la sombra que daba era ahora de descanso, su fuerza reencontrada y su perfume, ¡maravilloso!
La señora que llegó ahogada en el llanto de su propia vida, en el lago de la terapia, se convirtió en una tortuga. Lenta, añosa y sabia… En su propio lago interior, encontró la calma y la manera de nadar tan elegante, que reconoció su propia forma de conducirse en la vida. Así, elegantemente, desde su interior.
EL joven encorvado de mirada huidiza, un día en la selva del consultorio, selva en la que de pronto aparecimos, encontró el jaguar que dormía en sus costillas. Rugiendo su dolor y con garras de palabras, decidió defenderse de las injusticias que, hasta ese momento, eran solo vagamente percibidas. Se hicieron tangibles la injusticia, la claridad, la palabra y la fiereza para combatirlas.
La señora que con una garganta seca, y ojos que habían dejado su propio brillo posado en las historias pasadas, encontró en el jardín interior su canto de jilguero; canto que acariciaba el aire y de pronto, ella, señora del viento, pudo silbar su historia, dotándose a sí misma de una tonalidad y hermosura que invitaba a disfrutar de su voz.
La mujer que, en ropas holgadas de olvido, con el perfume del frío de las noches solitarias, empezó a hundirse dentro de sí misma, hasta que me dijo haber encontrado su hoguera interna; recién ahí supimos que buscaba su hoguera, para convertirse en la flama que no sabía que podía ser. Una danza su presencia, una sensualidad perdida, para comenzar a danzar ella misma en su propia historia, limpia de sombras ajenas, cobijada por la sombra propia, cueva de lo desconocido, que daba cobijo al fuego interior.
En cada sesión, no sé qué va a suceder y a qué realidad voy a ser invitado. El consultorio, es una especie de “Blue Screen” del Alma, donde de a poco, se devela el sentido…
Bruno Díaz
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