Por Kriss Pando
Aprender a revelar gentilmente quiénes somos, es como nos abrimos al amor y a la intimidad en nuestras relaciones.
Muchos de nosotros nos hemos ocultado detrás de una concha protectora, una cubierta que impide que los otros nos vean o nos lastimen. No queremos ser tan vulnerables. No queremos exponer nuestros pensamientos, sentimientos, miedos, debilidades y, a veces, nuestros puntos fuertes, ante los demás. No queremos que los demás vean cómo somos realmente.
Puede darnos miedo que puedan juzgarnos y que por ello se alejen, o nos da temor no caerles bien. Podemos no estar seguros de que está bien que seamos como somos o y sentimos inseguridad en cómo “deberíamos” exactamente revelarnos ante los demás.
Ser vulnerable puede ser atemorizador, especialmente si hemos vivido con gente que ha abusado de nosotros, que nos ha maltratado, manipulado, o que no nos apreció.
De tal forma que, muy poco a poco, aprendemos a correr el riesgo de revelarnos. De enseñarle a los demás la persona real que hay dentro de nosotros. Seleccionamos gente que consideramos “segura” y empezamos a revelarle pedazos y pedacitos de nosotros mismos.
A veces, por miedo, podemos retener algo, pensando que eso ayudará a la relación o ayudará a los demás a que les caigamos mejor. Esa es una ilusión. Retener lo que somos no nos ayuda a nosotros, ni a la otra persona, ni a la relación. Retenerse es una conducta contraproducente.
Para que existan una verdadera intimidad y cercanía, para que nos amemos a nosotros mismos y estemos contentos en una relación, necesitamos revelar cómo somos. Eso no significa que se lo digamos todo de una vez a todo el mundo. Esa también puede ser una conducta contraproducente. Podemos aprender a confiar en nosotros mismos acerca de a quién decirle, cuándo decírselo, en dónde decírselo y cuánto decirle.
Confiar en que la gente nos amará y le caeremos bien si somos exactamente quiénes somos puede ser atemorizante. Pero es la única manera como podemos lograr lo que queremos en las relaciones. Dejar ir nuestra necesidad de controlar a los demás –sus opiniones, sus sentimientos acerca de nosotros, o el curso de la relación –es la clave.
Suavemente, como una flor, podemos aprender a abrirnos. Al igual que una flor, lo haremos cuando brille el sol y esté tibio.
Kriss Pando