Por Alicia Infante
He notado, tanto en mi consultorio como en mi vida personal, que tenemos muy poca tolerancia, en términos generales, ante situaciones, sentimientos y emociones desagradables o dolorosas. Tendemos a querer huir de ellas negándolas o reprimiéndolas y no aceptándolas como algo natural, como parte del proceso de la vida.
La paradoja de no aprender a acercarnos y a aceptar lo desagradable es que, consciente o inconscientemente, rechazamos también lo agradable.
Todos nosotros hemos sentido tristeza, miedo, angustia, dolor, inseguridad, ira, etc., y pocos sabemos aceptar de forma compasiva esos sentimientos: recibirlos, escucharlos y aprender de ellos sin juzgar. Normalmente pasan dos cosas: o queremos que esta sensación o experiencia desaparezca (entre más pronto mejor), sin darnos cuenta de que, paradójicamente, mientras más los rechazamos o negamos, más se manifiestan de una u otra forma en nosotros; y la otra cosa que también tendemos a hacer es agregar más sufrimiento enganchándonos a un sinfín de pensamientos negativos alrededor de lo que solo es una experiencia desagradable.
De manera que, aprender a acercarnos a lo desagradable de forma consciente, implica tener capacidad de aceptación y ser compasivos con nosotros mismos, aún en las situaciones que no nos gustan ya sean externas o internas.
La práctica de mindfulness nos ayuda a aprender a vivir con lo que nos pasa y no contra lo que nos pasa; nos ayuda a dar espacio tanto a lo desagradable como a lo agradable como parte de un proceso natural y, aunque no siempre podemos estar como nos gustaría estar, sí podemos lograr estar en paz con lo que sea que nos pase.
A este respecto, les comparto la “Parábola del dardo” del Buda, que dice:
Cuando el laico no instruido es tocado por la sensación dolorosa, se preocupa y aflige, se lamenta, golpea su pecho, llora y se demuda. De este modo experimenta dos clases de sensaciones, una sensación corporal y una mental. Es como un hombre atravesado por un dardo y a cuya herida del primer dardo sigue el choque de un segundo dardo. Entonces, dicha persona experimentará sensaciones causadas por los dos dardos. […]. Habiendo sido tocado por la sensación dolorosa, se resiste (y se resiente). En aquel que se resiste (y se resiente) a la sensación dolorosa, se produce en su mente una tendencia subyacente de resistencia contra la sensación dolorosa y bajo el impacto de esa sensación dolorosa, recurre a gozar de la felicidad sensual.
Pero en el caso de un discípulo noble y bien instruido, cuando este sea tocado por una sensación dolorosa, no se preocupará, ni se entristecerá, ni se lamentará, no golpeará su pecho, ni llorará, ni se demudará, porque solo experimentará una clase de sensaciones: la sensación corporal, pero no la mental. Es como un hombre alcanzado por un dardo, pero no por el dardo que sigue al primero. Por ello, esta persona experimenta tan solo las sensaciones causadas por un único dardo. Así es el caso del discípulo noble y bien instruido: al ser tocado por una sensación dolorosa, no se preocupará, ni se entristecerá, ni se lamentará, no golpeará su pecho, ni llorará, ni se demudará; experimenta solo una sensación, una sensación corporal.
Habiendo sido tocado por la sensación dolorosa, no la resiste (ni se resiente). Por tanto, no surge en él ninguna tendencia subyacente de resistencia en contra de esa sensación dolorosa que pueda llegar a permanecer en su mente. Bajo el impacto de esa sensación dolorosa, no recurre a gozar de la felicidad sensual.
Cultivar la compasión y la aceptación nos ayuda a vivir nuestras experiencias tal cual son, e incluso, a darnos cuenta de que la mayoría de las veces no son tan difíciles de sobrellevar como tememos.
Si damos espacio a lo desagradable y lo invitamos a entrar a nuestra vida cuando sea necesario, pasará dejándonos sabiduría y, de esta forma, podremos tener una vida más plena.
Alicia Infante