Por Claudia Sánchez Musi
El reconocimiento es una necesidad humana fundamental, así que podemos decir que, en el fondo, los problemas emocionales pueden entenderse en el plano del reconocimiento y las fallas en este, se encuentran como base de cualquier trastorno mental o emocional.
Ahí, en la base de un trastorno, siempre hay una dificultad de reconocimiento que lleva a la producción de diversos síntomas. Podemos pensar que esto ocurre en las primeras etapas en el desarrollo del ser humano, en la infancia. Sin embargo, la formación de la persona no se da solo en el momento en que inicia la construcción de su psique, en esa etapa donde suceden las primeras identificaciones, se establece en un tiempo continuo, en un presente que permanece durante toda la vida.
El reconocimiento es la respuesta del otro que hace significativos los sentimientos, las intenciones y las acciones del sí mismo. Pero este reconocimiento proviene del otro, el cual a su vez nosotros reconocemos.
Jessica Benjamín, en su libro Los lazos del amor, intenta mostrar de qué modo la dominación se origina en una transformación de la relación entre el sí mismo y el otro, al enfocar la tensión necesaria entre la autoafirmación y el mutuo reconocimiento, una tensión que permite que, el sí mismo y el otro, se encuentren como iguales soberanos. Entonces, al hablar de reconocimiento también nos encontramos con una paradoja. Que consiste en nuestra necesidad de reconocimiento y también de independencia.
Esta lucha por ser reconocido por otro constituye el núcleo de las relaciones de dominación. Y ¿cómo se disuelve la paradoja?
Para salir de esa tensión, que puede resultar dolorosa, y terminar con la escisión, la división se llega a que un lado es devaluado por ser desvalorizado y el otro idealizado, sobreestimado.
Hay dos formas: La autoafirmación es exagerada y el reconocimiento hasta extinguido. La forma perversa de esa afirmación es la dominación y el control del otro. Así, se niega la propia dependencia del otro, de los otros y no habrá más empatía.
El otro camino para disolver la paradoja es el opuesto. Se niega la NECESIDAD de la afirmación y la autonomía. El reconocimiento es pervertido o transformado en sumisión.
Así entonces tenemos una figura que domina, y en esta figura, su deseo de ser reconocido, es más potente que su miedo a morir. Esta figura es la que termina erigida como la triunfadora del encuentro.
Esta figura es el amo.
La otra figura, aquella que tiene miedo a morir y lo antepone a su deseo de ser reconocido, es el esclavo.
Quedan así constituidas las dos figuras, las cuales Hegel, encuentra como el inicio de la historia humana.
¿Hacia dónde nos lleva el desarrollo de nuestro ser y la evolución natural del alma humana?
Hacia el reconocimiento profundo de ese lugar llamado AMOR del cual provenimos. El reconocernos como seres amados y cuyo amor se manifiesta en nuestra existencia, en tu existencia, en mi existencia. Nos lleva a reconocer toda la luz que desprende nuestro ser en el encuentro con sí mismo, con la divinidad dentro de sí.
El abrazar esta postura nos lleva madurar aquellos aspectos de nuestro ser humano ligados a lo infantil, y sin dejar de ser niños transitar por la madurez natural que ocurre en cualquier proceso evolutivo.
Después de una profunda desvalorización, el SER se yergue y se levanta reconociendo lo divino en él y honrando su dignidad humana.
En este punto comienza el proceso de re-valorización o renovación del sí mismo, recordando el origen del Amor y construyéndose en base a él.
Reconocerse como manifestación de un origen perfecto, divino e inteligente nos lleva de la mano a desplegar nuestros dones y talentos naturales. A reconocer que el permitirse fluir en el amor implica compartir dichos dones con uno mismo y con los demás pudiendo también reconocerlos en el otro.
Reconocer en uno mismo los valores más elevados del ser eleva nuestra condición humana y nos dignifica permitiendo la creación de estados más puros y verdaderos en la formación de nuestros vínculos respetando nuestra libertad e individualidad y así mismo respetando la libertad y la individualidad del otro.
Cuando me reconozco, me relaciono desde el amor conmigo mismo y con el mundo. Al reconocerme reconozco la manifestación perfecta tanto en la individuación como en la unidad.
Psic. Claudia Sánchez Musi
* En este texto me refiero a algo pervertido no calificándolo como malo sino comprendiendo que lo pervertido es algo contrario a la pureza del alma.