Por Bruno Díaz
Cuando el cuerpo se vive como prisión es porque no hemos comprendido que el cuerpo es una puerta a la inmensidad del presente. De manera parecida, cuando creemos que esta vida es una cárcel o que es limitada, lo más probable es que sea nuestra mente la que nos hace pensar que hay algo más, o que sea nuestra fantasía la que nos lleve a imaginar que nuestro pasado pudo ser de otra manera, o que nuestro futuro podría ser maravilloso en el mejor de los casos, o terrible, en el peor.
Es mucho mejor imaginar y darle fuerza a nuestras intenciones de amor, paz y luz que vivir atormentados por la ansiedad y la incertidumbre. Esto es muy claro; sin embargo, cabe detenerse ahí mismo, donde estás y prestar atención al presente.
Cuando la consciencia se posa en el presente, descansa y, al descansar, deja de volar hacia un futuro deseado o temido. También deja de recrear pasados y causas para nuestra infelicidad, o explicaciones del porqué somos como somos o hacemos lo que hacemos.
Imagina esta paradoja: El colibrí de la mente, rápido, multicolor, sagaz, hambriento, detenido por un acto de esfuerzo frente a la flor del presente, rebosante de néctar divino. El colibrí se detiene en el aire, batiendo sus alas con toda su fuerza, a velocidades inimaginables: ¡unas noventa veces por segundo! Se necesita el mismo esfuerzo que realiza el colibrí para que la atención quede posada en el aire, suspendida en el presente. Se trata de una tensión-relajada y una atención-flotante.
Es la mente la que, al posarse sobre el presente, lo vuelve eterno: un instante que se percibe como pestañeo de eternidad; un batir de alas vertiginoso que da por resultado la quietud multicolor en la que libamos el néctar del infinito. A este instante eterno le llamaremos: presencia.
Recordemos al bardo inmortal, William Blake
“To see a world in a grain of sand
and a heaven in a wild flower,
hold Infinity in the palm of your hand
and eternity in an hour.”
“Para ver el mundo en un grano de arena
y el cielo en una flor silvestre,
sostén el infinito en la palma de tu mano
y la eternidad en una hora”.
Bruno Díaz
Los Parajes del Alma