Por Bruno Díaz
Cuenta mi madre que cuando era yo pequeño y pasábamos por un helado, solía preguntar al dependiente en turno, por todos los sabores de helados y nieves, para terminar pidiendo, como siempre, helado de limón. Supongo que me gustaba escuchar las opciones, para sentir que, al final, era yo quien elegía, o tal vez era demasiada información y me iba por la segura. No lo sé. Tal vez tengas alguna experiencia similar, o sea bien diferente a esta que te comparto.
Podemos probar un helado y distinguir dulzor, acidez, lo crujiente del barquillo, sentir la diferencia en la densidad, si se trata de helado hecho con leche o de nieve hecha con agua. Un día descubrí, en cierta heladería, siendo también niño, que había limón de agua y de leche y, sí, eran muy distintos. Incluso podríamos interesarnos en la receta, y seguirla paso a paso para poder reproducirla… Pero ¿esto es el helado o la nieve?
Yo prefiero pensar que el helado es toda la historia que le rodea: mi historia con el helado de limón y mi madre, mi niñez, las bolas de helado que acababan en el piso para las delicias de los perros con más suerte que yo, ese día de helado; el helado con los amigos, la nieve prohibida por estar enfermo de la garganta, el helado deseado después de comer bien, o el bote de helado en casa, que implicaba unos cuantos días de gélidos excesos.
El helado para el Alma, nos hace recordar el helado que invitamos, ya más grandecitos, a la chica de los ojos grandes, y el que aprendimos a ver flotando sobre un oscuro y diabólico refresco; el que era historia que acompañaba al amigo que salía de la operación de las anginas, y, también, el que aprendimos que acompaña perfecto a un struddel de manzana, y, cómo olvidar la sorpresa cuando supimos que había helado frito: hermosa paradoja que hacía soñar la fantasía, como un ardiente hielo, o un agua que no moja, una oscura luz, etc.
Hoy tengo mis helados y nieves favoritos: el primero de higo con mezcal, y la segunda de vino tinto, de diferentes heladerías. Cada uno de ellos me invita a ser uno con cada probada, me recuerda que el tiempo puede ser rojo oscuro o blanco con negro. Me recuerda que el tiempo puede beberse a sorbitos, y pasar del frío al calor, y, en esa ventana atemporal, compartir miradas y sonrisas que nos dejen ver ahí, en ese instante, de nuevo, lo que nunca se va y espera y provoca que la develemos: el Alma.
Bruno Díaz
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