Por Ana Ávalos
Cuántas veces al mirarme en el espejo, me pregunto ¿quién soy? Psicóloga, terapeuta, hija, hermana. ¿Cómo soy? Alta, delgada, atractiva. ¿Dialogo conmigo misma o con la imagen ideal que he creado? Y, cuando realmente quiero intimar con mi cuerpo, es a través de la letanía de malestares que me aquejan.
Si no lo hago con amistades, porque los aburro, ¿a qué se debe que lo hago conmigo misma? Si solo expreso mi angustia ante mi hiperventilación y mi cansancio, ¿con quién me estoy relacionando?
Elijo otra postura: sociabilizar más amenamente conmigo, mirarme, apapacharme cuando me doy cuenta de que voy en retirada; ser testigo de la dificultad de conectar y testificar lo que estoy experimentando, en vez de enjuiciarme, colapsarme o diluirme en el olvido de mi cuerpo.
Soy una experta en mi dolor, o mi sufrimiento, eso no me hace que lo atienda, lo describo minuciosamente para conectarme con él o para desconectarme de él. La verdad inconsciente a veces es que tengo miedo a perder mi dolor, es el último vestigio que queda de la situación que provoco. ¿Cómo erradicar eso?
En la terapia Psico-Corporal BodyMindMovement he descubierto una llave de entrada a esta desconexión del dolor que, a través de la descripción de los malestares de pacientes, hacen toda una cortina de humo para realmente no atenderlos en el cuerpo. Prefieren una pastilla o un remedio rápido, a realmente escuchar y observar y, sobre todo, sentir esta molestia a nivel físico.
Una vez que lo aterrizo en el cuerpo, en un tejido, en una zona, en un órgano, le doy un espacio y tiempos sinceros. Al sentirse escuchado y observado y realmente atendido, el dolor cede o se transforma, simplemente por tener una experiencia corporal consciente real del dolor, en vez de la referencia de la idea idealizada de lo que me mortifica y provoca tanto sufrimiento.
El espejismo corporal de la idea del dolor, el mensajero del cuerpo, al acercarme a él, con o sin miedo, al relacionarme con él, cambia. Por el toque, por la respiración, por la atención consciente, por la relación sincera, por el cambio de presiones. Al acercarme se desvanece. Y también se desvanece el espejismo que el otro me cura, cuando en realidad uno, al abrirse realmente a la experiencia de tocar el padecimiento, experimenta la sabiduría del cuerpo, en el que el cuerpo y a través de su expresión, este tiene la capacidad de cambiar de tono y de sensación.
Ana Ávalos