Por Andrea Weitzner
Cada vez que expresas con un pensamiento de carga negativa, alimentas a tus células de esa energía. Tu cerebro está compuesto por pequeñas células nerviosas llamadas neuronas. Las neuronas tienen ramas que se extienden y se conectan o ensamblan con otras neuronas para formar una neuro red. Cada lugar en donde se conectan está integrado a un pensamiento o a un recuerdo holográficamente guardado en tu memoria. Cuando re-estimulas un recuerdo, una y otra vez, y te repites frases de autocrítica, una y otra vez, estas células nerviosas empiezan a formar una relación a largo plazo unas con otras, agrupándose como una “identidad”.
Como tu cerebro no reconoce la diferencia entre lo que ve y entre lo que recuerda, es vital que tengas cuidado con todos los sucesos que vives y revives en tu memoria. Al hacerlo, re-afianzas la neuro red agrupada, literalmente, viviendo tu vida de hoy como si fuera la semana pasada.
La identidad se debilita y, eventualmente, se disocia cuando te detienes e interrumpes el proceso de enganche al pensamiento que conlleva a la elaboración del proceso químico.
Un neuropéptido es una cadena de aminoácidos. Cada estado de ánimo genera un neuropéptido determinado. Cuando estás triste constantemente, literalmente creas una adicción fisiológica a tu tristeza y, por ende, los personajes y sucesos que atraes
perpetúan el mercado de lágrimas en el que conviertes tu vida.
Cuando interrumpes un patrón de conducta y te detienes, antes de soltar la descarga péptida, dejas de ser la persona sujeta a reaccionar a las situaciones de su entorno como si estuviera en piloto automático. Literalmente, comienzas a disolver esas identidades y dejas de generar circunstancias externas que satisfagan tu adicción fisiológica al dolor o a cualquier otra emoción.
Por ejemplo: El clásico juego de las llaves.
Estoy segura de que te lo has hecho más de una vez en tu vida: o no las encuentras cuando tienes que salir de casa ya con el tiempo medido, o crees haberlas olvidado. El juego es que siempre las encuentras sin mayor complicación: estaban en un lugar obvio, en el cual no se te ocurrió checar antes de asumir el posible accidente y soltar la carga de adrenalina. Es el clásico “¡Chin… las llaves! Ah, no… aquí están”. Te ríes al ver que las traías en el bolsillo del pantalón o que, “mágicamente”, se deslizaron al cierre de a lado de tu bolso. Sacudes la cabeza. “¿Cómo no se me ocurrió buscar ahí antes de haberme metido el sustito?”, piensas con gratitud y alivio.
Bueno, esta es la clave: eres adicto al sustito, a la descarga péptida de ese estado de ánimo en particular, al aparentemente inofensivo “adrenalinazo”, seguido por alegría y alivio. De manera inconsciente, te escondes las llaves para asegurar tu siguiente coctel de adrenalina, éxtasis y Valium natural.
Pero, como toda adicción, cada vez necesitarás más sustitos, variedad de sustitos, o sustitos de mayor intensidad.
Extracto del libro Metamorfología: la llave maestra para moldear tu cuerpo de Andrea Weitzner. Págs 75 – 77.