Por Bruno Díaz
El maestro tomó el tarro de cerveza y de un trago bebió su contenido, limpió su barba que parecía de espuma eterna y nos miró con esos ojos asombrados. Yo ya me había acostumbrado a verle beber de cuando en vez, aunque a la gente le parecía raro o chocoso en un “maestro espiritual”.
Levantó como un cáliz, su tarro vacío y dijo:
-Ya saben que el vacío en este tarro es el que le da su función, si no estuviera vacío, la cerveza no podría estar en él; ya lo hemos comentado y saben, también, eso que les he contado, acerca del poder quedarnos vacíos para ser llenados con algo cada vez más dichoso, más amoroso y libre. Hoy quiero habar de otra cosa. A mí me sigue gustando la cerveza y hay algo en mí que le gusta de estar en estos lugares ruidosos y tumultuosos… Antes creí que tenía que renunciar a todo esto, a irme a vivir a una cueva o a un lugar santo, pero un día descubrí que hay algo en mí que nunca se embriaga y que nunca se aturde, que nunca se pierde y que jamás se encuentra…
Todos guardamos silencio y la música cambió a una Salsa clásica que habla de alguien que confiesa a Carmen, que había perdido la cadenita. En un paso de salsa característico, el maestro, siguió hablando:
-Así como nuestro amigo de la canción, yo parecía decirle a Carmen o a quien fuera, que había perdido el Silencio, la Paz, el Vacío… Pero ese día que les cuento todo cambio. Me vacíe por completo y me llenó el misterio, me llenó eso que tanto había estado buscando. Dejé de pretender, de saber, de limpiarme o purificarme. Todo era sagrado y todo era profano a un mismo tiempo y, entonces, le dije a nuestra amiga Carmen: Carmen, yo soy la cadenita y la oración, soy la búsqueda y lo encontrado, te invito una cerveza y te invito a bailar.
Reímos y, ese aire fresco en su relato, relajó nuestra idea de un lugar pulcro, sagrado y sin ruido: Hay un espacio en el que todo puede estar, y hay un tiempo donde se funden todos los tiempos… De pronto imaginé que todos los seres materiales e inmateriales de todos los tiempos, son un solo ser jugando a aparecer y desaparecer en cada una de sus representaciones.
Pero como no quiero ser demasiado denso, voy por una cerveza y, tal vez, encuentre yo también, que yo soy la cadenita y entonces invitar a la vida a danzar conmigo o tal vez, pueda yo acceder a danzar con la invitación constante de la vida a una dichosa danza donde todo se recrea en sí mismo…
Bruno Díaz