Por Bruno Díaz
En el sótano de la consciencia guardamos vergüenzas, privaciones, alegrías secretas o incomprendidas, miedos, ansiedades, rebeldías, preguntas, dudas e incertidumbres, amores, olvidos, incomodidades, controversias, desacuerdos, secretos, ideas, pasiones…
Para no acordarnos del sótano, y menos aún de su contenido, nos adherimos a lo que “debemos ser, debemos sentir, debemos pensar y debemos hacer”, es decir, perdemos autenticidad, amplitud y diversidad por parecernos a algo que jamás hemos visto: un ser humano perfecto.
Quiero decir que lo que parece en el afuera, nunca lo es en lo íntimo: las hazañas, están preñadas de intentos, los descubrimientos están tapizados de fallos, y los amores están matizados con las dependencias e idealismos del pasado y del futuro.
No visitamos el sótano, parapetados en una ingenuidad, que nos dice que, si escondemos todo eso que nos asusta, indigna y repugna, podríamos dejar de vivirlo y sentirlo. Esto no es así, nunca ha sido así y nunca lo será. Con todo, hacemos como que esto es posible y, con tal de no sentir lo que sí es, nos esforzamos por querer pensar, sentir y hacer diferente.
¿Qué tan lejos llegaremos así?, ¿Cuánto sentido tendrá esto, si antes, no nos decidimos con todo miedo, con toda angustia y toda humildad a descender a nuestro sótano?
Lo que escondimos y tratamos de erradicar de nuestra pulcra, santa y bonita consciencia cotidiana, está pletórico de fuerza y puede enseñarnos mucho acerca de cómo las cosas pueden ser más genuinas; más llenas de savia vital.
Nunca he dicho: caer preso y regodearse de lo que editamos de nosotros mismos, lo que digo es, conocerlo, sentirlo, darle la bienvenida sin tapujos. Limpiar y airear el sótano, que la indignación, la rabia, la vergüenza, la inferioridad, el sufrimiento tengan lugar en nuestro mundo, para que no tengamos que llamar a otros idiotas, pobres, estúpidos, víctimas, victimarios, los malos. Los buenitos… ¿me voy explicando?
Cuando visitamos nuestro sótano, nos percatamos de que todo cuanto tememos, ocultamos, maquillamos, existe en realidad dentro, y que, con una máscara, una bonita sonrisa y lindos pensamientos, no desaparece.
Veamos lo que sentimos tal cual es, lo que hemos hecho y dejado de hacer, las ideas empolvadas, los planes llenos de pasión, lo “no productivo”, lo “ocioso”, nuestros vicios (los de acciones, los verbales, los de relación y consumo), y antes de correr a cambiar y “ser mejores”, pugnemos por ser completos: rescatando las emociones, sentimientos, pensamientos que escondimos en un sótano que a veces está más vivo que el hall y la calle. Insisto: las cosas escondidas no mueren, morimos nosotros en el gris de lo “normal”.
Bruno Díaz
¿Te gustaría ir a terapia con Bruno? Mándale un correo a bruno_d77@hotmail.com y visítalo en su página de Facebook: Los parajes del Alma