Por Cristina Ávila
Los cuentos orientales, así como sus bailes, encierran interesantes simbologías. Igual que con el genio de la botella que al salir cumple los deseos de su “amo”, haciendo referencia a la metáfora de nuestra fuerza interior, en la danza del vientre también operan ciertos principios simbólicos espirituales ocultos, escondidos en esos movimientos físicos que están a la vista de todos, pero no al alcance de cualquiera, pues esta es una danza de refinamiento no solo físico, sino, sobre todo: álmico.
Amir Thaleb, es argentino de nacimiento, aunque de ascendencia árabe, y no solo es uno de los profesores de danzas orientales más reconocidos del continente, sino, además, autor de numerosos textos investigativos y prácticos. El creador de la llamada técnica Thaleb nos comenta:
Definitivamente, este baile tiene un fuerte componente esotérico, de eso no cabe duda, pero creo que cada mujer tiene su lado oculto, y por eso yo insisto en que bailar la danza del vientre es una experiencia personal, un camino que hay que transitar personalmente para poder comprender en el propio cuerpo esa elevación espiritual y esa trascendencia que lograban las antiguas sacerdotisas.
Sensual y sugerente, el mayor énfasis de los movimientos de este baile reside en los músculos abdominales, alternando diversos movimientos de torso, cuello y manos. Para dominar su técnica y sentir su poder, el secreto reside en aprender primero a disociar el cuerpo, para luego unir cada una de las cadencias en un solo ritmo.
La danza de los astros en el cielo, así como los periodos de fertilidad terrestre, están íntimamente ligados a las invocaciones que las bailarinas –lo sepan o no- hacen con su cuerpo: las caderas, el pecho y el cuello realizan diversos movimientos rotatorios, cuya base está en la marcación de oscilaciones delanteras, traseras y de derecha a izquierda o, lo que es lo mismo, la marcación de los cuatro puntos cardinales: norte, sur, este y oeste. El llamado “paso del 8” realizado con las caderas y acompañado con el pecho, es, en realidad, una alegoría del infinito. Los brazos y las manos, por su parte, realizan ondulaciones que semejan o bien a una serpiente (símbolo ancestralmente ligado a lo femenino y a la regeneración de la vida) o bien a las olas de un tranquilo océano nocturno. Todo ello siempre acompañado de una enigmática mirada que refleja al mismo tiempo la pasión y el misterio femeninos.
Según antiguas creencias, el “fuego sagrado de la creación” reside, ni más ni menos que en el vientre de la mujer, en ese lugar donde se realiza y se confirma el milagro de la vida. Así, con los pies descubiertos y firmemente asentados a la tierra mientras danza, la bailarina, con sus movimientos, lo que hace en realidad es provocar la subida de este fuego vital desde la tierra hacia el cielo.
Algunos afirman que La Danza de los Siete Velos (como también se le conoce a la danza del vientre) es un nombre derivado de la imaginería hollywoodense; sin embargo, para otros autores, esta denominación tiene, también, un significado esotérico: La bailarina, que al danzar se descubre paulatinamente de los velos que cubren su cuerpo, está ‘abriendo’ los llamados “chakras”, término sánscrito que significa rueda, y que se refiere, según las antiguas filosofías, a los siete puntos energéticos localizados en el cuerpo humano.