Por Alex Slucki
Lo sabemos de antemano: la vida está llena de giros. Sorpresivos, divertidos, inesperados. Algunos incluso pueden parecernos injustos, trágicos, ridículos, surrealistas. El cambio, al parecer, nos acecha desde lejos como esa sombra que se alarga cuando declina el Sol. Y como las sombras, no hay forma de evadir las embestiduras del destino que nos halla en mitad de un camino y nos traza disyuntivas frente a las cuales nuestra integridad será llevada a tomar una nueva decisión.
Una amiga muy querida, Astróloga de profesión, dijo una vez durante su conferencia: “los astros pueden dar señales de muchas cosas y relatar designios; pero la única cosa que no pueden predecir los astros es si, frente al destino que nos ha tocado, seremos buenas o malas personas.”
Y es que la actitud no es predecible. Aquí es donde nuestro libre albedrío comienza a trabajar. Nos encontramos en una época que pide a gritos el desarrollo de un criterio más profundo frente a los conflictos que aquejan al mundo, la mayoría de los cuales han sido creados, precisamente, por las personas. Cuando nos silenciamos frente a la naturaleza, es claro que quien está en paz consigo misma es la Tierra; sus criaturas desde hace millones de años continúan obedeciendo a sus ciclos y lineamientos; trátese de la necesidad de migración de las mariposas o bien las floraciones por temporadas… incluso el respeto jerárquico en el contexto de la natural cadena alimenticia; el desorden viene de un ser humano, de creación sensiblemente reciente, que aún está dando tumbos en su adolescencia frente a la libertad de opciones que sí tiene pero que no siempre aprovecha.
Quizá porque la actitud tiene mucho qué ver y se relaciona directamente con la libertad de decidir, todos los días, si nos enfrentaremos a la vida “de buenas” o “de mala gana”, si justificaremos nuestras acciones en base a nuestra historia personal o si acaso tendremos la madurez de reconquistar nuestra mente y ser mejores partícipes en la creación consciente de nuestro día y de la vida misma.
Observo que estamos en una época profundamente cínica: hemos perdido gran parte de la inocencia de tal grado que, en mi experiencia, aún el ofrecer una oportunidad nueva de amor, de un negocio, quizá una alternativa a las soluciones de siempre en el nivel social, político, en la salud, en el arte, en la ciencia… existe ese cuestionamiento sustentado por las heridas del pasado que a tantos hace actuar de forma precavida, como si hubiesen agotado su reserva de inocencia y no quisieran experimentar más cambios. El cambio en sí no es doloroso; sin embargo nuestro apego a lo conocido como si fuera preferible seguir lastimándonos por costumbre que avanzar más allá de la ignorancia a un estado de mayor plenitud, provoca que las ideas nuevas no avancen con suficiente fuerza o velocidad.
Durante más de un año he abrazado nuevos conceptos que buscan construir un futuro extraordinario para todos, un nuevo eje de realidad que modificaría para siempre las estructuras que nos mantienen en estado de sitio. Por supuesto, una parte de mí no se sorprende frente al escepticismo clásico de quien teme pero no investiga; o bien estudia de forma superficial a fin de justificar la inacción y la falta de responsabilidad frente al derecho de transformarnos. El cinismo resulta entonces la cara del miedo que se defiende ante otra posible herida riéndose de aquello que aún teme o desconoce. Sin embargo, difícilmente esta actitud ha traído soluciones reales, aún cuando se trate de problemas que en ocasiones son imaginarios, por sólidos que aparenten ser. Esto no es una invitación a pecar de ingenuos, por supuesto; sin embargo hay que aprender que si deseamos madurar como especie, si en realidad nos preciamos de haber logrado la evolución que nos distingue como “Homo Sapiens”, entonces no podemos darnos el lujo de perder de vista la oportunidad de aprender a cada paso, más allá del temor a fracasar en el proceso de conquistar nuestros propios dragones internos. Que el cinismo, vaya, jamás apagó el fuego de dragón alguno. Si deseamos acaso experimentar la dignidad en esto que llamamos vida, es probable que debamos reconsiderar la forma en que enfrentamos el cambio y, por qué no, abrirnos a un futuro glorioso, tan viable en esencia como las catástrofes que construye nuestra mente cuando le falta suficiente información.
Alex Slucki