Por Alex Slucki
“He conocido a mucha gente que no cree en los ángeles;
pero jamás he conocido a alguien que no quiera creer en ellos.”
De la serie El toque de un Ángel.
En 1993 todavía me resultaba muy difícil mencionar palabras como fe, divinidad, Dios o los ángeles. Diez años atrás había fallecido mi padre, pocos meses antes de que yo cruzara el umbral hacia la adolescencia. Y junto con él desapareció la mayor parte del mundo que había entendido como mi realidad: mi mamá vendió la casa de nuestros sueños; adiós tuve que decir a mis dos amadas perritas, para quienes no había espacio suficiente en el nuevo departamento. Poco después, mi hermano mayor decidió marcharse y no volver. Dejé de creer que la magia era posible; el Universo ya no suponía un lugar seguro, predecible o feliz.
En 1994 mi vida dio un giro insospechado. Harto de sentir vacío, soledad, angustia y ansiedad a diario, comencé a buscar herramientas que me brindaran al menos un poco más de bienestar. Fue entonces que aparecieron las amistades quienes me orillaron a encontrar la paz interior con la meditación. Encontré la técnica que me gustó y me aferré a ella como un náufrago a su balsa. Busqué también mejorías en mi dieta y la práctica del Yoga terminó por despejar mis canales de sensibilidad. Un año después de haber iniciado el camino de vuelta hacia más luz, aparecieron los Ángeles y Arcángeles: maestros, bromistas, sanadores, guías; irreverentes, sensibles, amorosos, incondicionales cómplices, guardianes de mi esencia. Ellos me llevaron de la mano y con esa paciencia y sabiduría, transformaron mi vida a pesar de mi resistencia inicial, al declarar que jamás hablaría en público acerca de los Ángeles, ni sus consejos para transformar la vida en Arte.
Hoy sé que es cierto: nos demos cuenta de ello o no, lo hayamos o no aceptado, vivir significa crear. La elegancia del diseño de nuestra vida depende de nuestra aceptación y apertura frente a la oportunidad que nos demos de participar en este juego como co-creadores de la realidad.
Vivir el Arte de Ser Humano implica una práctica cotidiana, tan consciente, disciplinada e intensa como podrían exigir el ejercicio o el estudio de alguna ciencia. Esto se logra con el tiempo, ganando en perspectiva de acuerdo a una continua voluntad de auto-observarse, libres de juicio, con disponibilidad para la evolución y retomando la curiosidad sana de los niños que abren su corazón para que entren la verdad, la vida y la alegría.
Es dicha práctica la que me trae a este feliz instante, escribiendo estas letras, siendo el primer sorprendido de hasta qué punto somos capaces de ampliar la versión de existencia que denominamos “realidad”, una que está al alcance de todos sin importar nuestro origen y cómo hayamos vivido hasta este momento.
Soy mi propio testigo: el potencial es infinito, pero hemos de abrir la ventana para que su luz entre y nos ilumine.
Alex