Por Claudia Sánchez Musi
A veces pienso que hay algo de incongruente entre lo que siente mi corazón y la realidad. Hay algo de incongruente entre mi amor y tener que decir adiós. Comprendo, mi alma comienza a comprender este juego humano en donde hemos venido a aprender del amor. Comprendo que era necesario amarte tanto y tener que decir adiós para mirar hacia mi propio corazón, atendiendo a su belleza y aprendiendo a amar lo que soy.
En este juego humano me ha tocado ser fiel a mí misma, honrando mis sentimientos humanos, respetando mi feminidad, aprendiendo el juego de decir “no” hacia afuera y decir “sí” a mí misma.
En este juego humano, comprendo que has tenido que marcharte por amor, que viniste a recordarme que tenía alas y que era necesario verte volar para aprender a hacerlo.
En este juego de la vida, me ha tocado sentir, humanamente: la rabia, el dolor, los celos, la separación, el desencuentro, el gozo, la alegría, el desenfreno, la tristeza…
Me ha tocado ser la piel de la pasión, el abrazo infinito, el abandono absoluto. Me ha tocado ser el encuentro, la indiferencia, la entrega profunda y el egoísmo también.
En este juego de la vida, elegí ser un recipiente vacío, contenedor de todo lo mundano y de todo lo sagrado; y al final, “todo” es lo mismo: principio y fin.
En la experiencia de vivir la separación, he descubierto la madurez, la transformación, la serenidad, la calma; he resuelto que es posible encontrar la paz en mi corazón, la paz en mi ser, la paz de ser; he descubierto que el verdadero amor es difícil de definir y también es eterno. Así que, decirte adiós, no significa decir “no te amo”, porque en lo mundano ponemos punto final, pero lo sagrado se expande más allá de nuestros ojos, más allá de las estrellas.
Te digo adiós desde lo humano con lágrimas en el rostro, mi espíritu muere de risa porque sabe que algún día te encontraré de nuevo en el cielo, y despertaremos de la separación para recordar que en realidad somos todo, que somos amor.
Con amor,
Claudia.