Por Bruno Díaz
Una paciente de 55 años de edad, muy triste por haber perdido su empleo y por su nieto enfermo, dice que no sabe cómo “salir adelante”.
Un paciente de 20 años, con el corazón partido porque la novia empezó una relación con su mejor amigo comenta que, nunca había sentido tanto enojo en su vida y que lo único que quiere es que, a ella, le vaya terrible con su ahora examigo, que pinta como un Don Juan; dice que no sabe cómo “salir adelante”.
Tras llevar su padecimiento a diversos doctores, un paciente de 65 años dice que está desesperanzado y harto, que no sabe quién le pueda quitar su padecer y no sabe cómo “salir adelante”.
Con 36 años de edad y, una relación más que se diluye justo antes de que se concretara algo importante para su futuro, ella, otra paciente, me dice que siente que algo muy hondo le pasa, pero que solo quiere “salir adelante”.
Un paciente que lleva 3 años sin beber alcohol, se cuestiona por las alegrías y felicidades de la vida; siente que ahora es dependiente de su sobriedad y esto le enoja y angustia, cree que así, no vale la pena “salir adelante”.
Una paciente más, después de que se develaran varios secretos de la vida oculta de su pareja, quisiera olvidar y retomar su vida para… ¡Sí!, para “salir adelante”…
Y es que a veces, el camino no es hacia adelante, contra la misma piedra en el camino, hasta que la frente sangre o los músculos se rompan de tanto esfuerzo.
Otras ocasiones, el camino es hacia arriba, no cuesta arriba, sino arriba, hacia los aires, para ver en perspectiva e imaginar qué es lo que sigue en el futuro de seguir actuando así.
De igual modo, hacia abajo, hacia las profundidades, tiene que ver con develar temas que nos acompañan en la vida desde siempre, como relaciones que se repiten, rompimientos en momentos críticos o el sentido de la propia existencia.
A veces detenerse, es una muy buena opción cuando uno se ha hecho, o ha hecho, daño, pero también cuando hay algo que admirar, o disfrutar con tiempo.
Hacia atrás, a veces, si se nos olvidó algo, o para cargarnos a nosotros mismos cuando éramos niños, o imaginar a nuestros doloridos o vitales padres, cuando jóvenes, y descubrir que mis lágrimas están hechas, en gran medida, con las aguas que ellos conocen, y mi rabia, a veces, ha querido purgar la de ellos…
En fin que la vida no es la vida de darse de topes, sino de imaginar y echar a andar nuevas sendas que pueden ir para todos lados y así hacer nuestra vida más plena, genuina, sustancial e interesante.
Bruno Díaz